viernes, 11 de marzo de 2016

Japón, el éxito, el honor, la desesperación






Un muchacho japonés, un adolescente, un niño desde mi punto de vista, que vivía y estudiaba en Hiroshima se quitó la vida al descubrir de que a causa de un error en el registro de un delito menor, que no cometió, se le cerraban las puertas de ir a la escuela secundaria que deseaba. A causa del descubrimiento de los motivos del suicidio, se ha formado, una vez más, un gran escándalo, aderezado sobre todo por los medios de comunicaciones que se aprovechan de un problema real para satisfacer a su teleaudiencia; teleaudiencia ésta que se lamentará, pero que no sabrá como resolver la situación y que volverá a su rutina en pocos días.

Todo esto que escribo hoy son solo pensamientos sueltos. Y es muy probable que los detalles del caso en Hiroshima con el que inicié esta entrada vayan cambiando, pero no es mi intención escribir sobre ese tema en particular sino intentar expresar mis ideas respecto a uno de los temas que más me entristece de Japón. 

Uno de los motivos por el que decidí no hacer familia en Japón fue ese. La sensación de que no importa quién seas el camino que debes andar es único y muy estrecho. Si algo sale del cálculo, si algo hiciste mal, lo pagarás muy caro.



Si eres un extranjero que ya ha vivido parte de tu juventud en otro país, es diferente. Uno lo toma todo de forma más relativa, sobre todo porque siempre tenemos en mente que probablemente no estaremos para siempre en esas islas. Casi siempre tenemos y tendremos un plan de emergencia fuera de Japón. Pero para los adolescentes japoneses, a los que se les ha educado con la idea de que el mundo exterior es complejo y en el que muy difícilmente podrían adaptarse, Japón es todo a lo que pueden aspirar y si algo sale mal, pues la presión es muy alta. Demasiada.

El concepto del éxito se ha simplificado y no solo en Japón. O lo que cada uno considera el sentido de la vida. Aparentemente la felicidad sigue siendo el principal objetivo de casi todos los seres humanos pero la manera en que conseguimos ese objeto final va cambiando. El camino más seguro es el dinero y la fama, parecen decirnos los medios de comunicación. Creo que Woody Allen dijo que el dinero no daba la felicidad pero que ayudaba muchísimo y a mí me parece que tiene algo de razón. El problema es cuando unos muchachitos presionados por la sociedad confunden el proceso por el objetivo final y la sociedad no hace nada por explicarles la diferencia ni de ofrecerles otros caminos que sean igual de dignos.  

Estos días estoy leyendo el manga Ansatsu Kyoshitsu. No sé cuál es la traducción que se ha hecho al inglés o al español, pero ahí se muestra como los estudiantes de una escuela, aparentemente privada, son capaces de hacer grandes esfuerzos, de ir más allá del límite para no ser enviados a la clase "E", que en la historia de este manga es sinónimo de fracasado, de lumpen. El protagonista de la historia, extraño profesor con forma de pulpo, irá enseñando diversos caminos posibles a esos extraviados estudiantes para que no pierdan las esperanzas, incluso cuando sus propias familias les han dado la espalda. El malo de la historia (por lo menos hasta el episodio que he leído) es el propio director del centro educativo, que cree que es necesario tener una clase "E", una clase maldita, a la cuál se debe humillar y maltratar sistemáticamente y adonde van a parar todos los malos estudiantes o los inadaptados. Y el motivo que da a su comportamiento es que esa presión, ese gran miedo de los otros estudiantes a ser enviados a esa clase "E" hará que estudien y trabajen con más ahínco, elevando de esta manera los resultados académicos de la escuela.


En la vida real, lo que ocurre cuando un estudiante, a pesar de todos sus esfuerzos, no logra llegar a las metas que le son impuestas por la sociedad y a veces hasta por los mismos padres, es para mí, el motivo de que ocurran estas triste noticias. No es ese mal usado sentido del honor del que muchos hablan, sino simplemente la desesperación que puede sentir un muchacho o una muchacha de 14 o 15 años al ver, erróneamente, que las puertas de la vida se le han cerrado para siempre a pesar de todo el esfuerzo que hizo y de que quizás ya no valga la pena intentar nada más.




MÁS ARTÍCULOS